viernes, 17 de junio de 2016

El amante la bailarina y la orquídea.




Las caras cotidianas pintadas de perfil, como un retrato de los días, iban derramándose, en los almanaques.

Primero los ojos, lloraban humor blanquecino, luego azulino, como pátina de lo no vivido.
El cuerpo y la danza de aquella amada bailarina, habían salido del campo visual y solo estaban en la memoria de aquel muchacho desesperado de amor.  

La nariz, explotaba en un exultante estornudo, los líquidos se deslizaban arrastrando pedazos del hueso único. El olfato escapaba de ella, olía  la aflicción de un amor que no iba a ser.

Los labios que nunca besaron a la hermosa bailarina clásica, se derretían como cera al sol, desde la comisura labial hacia abajo.

La lengua perdía las papilas gustativas y la declaración “te amo”, nunca pronunciada, moría de significante.

Las orejas, iban derritiéndose por los lóbulos, como un caracol baboso, arrastrando los huesos más pequeños del cuerpo, el sonido de los besos que nunca sonaron, aquella música de la orquesta, había entrado en un cono de sordera.

Un “te amo” escrito en la solapa del programa del  ballet, fatigado de olvido de aniversario no vivido, se arrugó y fue deslizándose lentamente junto con el cuerpo del amante  hasta el sumidero, justo cuando las marquesinas del teatro se habían apagado.

Sobre el final de la función, mientras la bailarina hacía la reverencia al público, ocurrió algo sorprendente, el muchacho como muestra de su amor, había arrojado una hermosa orquídea roja al proscenio, la bailarina, haciendo un sublime Jeté,  sufre la metamorfosis en blanco y majestuoso cisne definitivamente consagrado, que se aleja del lugar con la orquídea roja en su pico.

Del muchacho, solo quedó la memoria de una lágrima encastrada en el borde de madera del proscenio.  

Esta triste y melancólica historia de un amor, se vuelve cuento, luego de 39 años, los mismos inconcebibles años que tardó en caer la orquídea roja a los pies de de aquella bella bailarina, metamorfoseada en cisne blanco, que se lleva la orquídea roja, hasta el país de los pájaros migratorios.

Al menos es la historia que se cuenta en el Foyer y entre bambalinas del viejo teatro, como un mito de amor que nunca fue pero que puede estar ocurriendo.  


sábado, 9 de abril de 2016

El caballo de Troya y Epona



El caballo de Troya, de pulimentada madera, como lo describe  el aedo Homero, estaba triste, había sido construido como una estrategia  para la guerra de Troya, entre griegos (aqueos) y troyanos (teucros). Sabía de dos reyes, uno de Micenas, Agamenón, otro de Esparta, Menelao. Conocía el  rapto de la bella Helena por Paris, príncipe troyano, hermano de Héctor conductor de hombres, rapto que lleva a la guerra por un juramento entre príncipes y reyes pretendientes de la bella Helena.      

El caballo de Troya,  que no dejó pisada en la IIíada , sí había trotado un canto de la Odisea, y había añorado un Quijote que lo cabalgara.
Pero nadie quiso cabalgar sobre su lomo de madera y entones se  preguntó:
¿Es Pólemos (la guerra y la batalla) el padre de todas las cosas como afirmaba Heráclito?

Vino a su memoria el verdadero origen de la guerra, el concurso de belleza entre diosas: Hera, Afrodita y Atenea. El jurado, un pastor, llamado Alejandro quien era en verdad, el príncipe Paris, hijo de los reyes de  Troya,  Príamo y Hécuba.
La más bella para el príncipe fue Afrodita, diosa del amor, quien le había prometido como esposa a Helena de Esparta, la más hermosa mujer sobre la tierra, similar a una diosa.
Paris, loco de amor, raptó a Helena y la llevó a su patria, Troya  y ambos, Paris y Helena, ahora de Troya,  vivieron esa locura de amor, sin importar la guerra de juramentos ni la violación al sacramento del juramento frente a las murallas de Ilión.

El caballo de Troya, razonó entonces que “Pólemos no es el padre de todas las cosas, que el  amar con locura es anterior a la guerra y a los juramentos”.

Bajo una noche serena de luna, el caballo de Troya, le pidió a su constructor, Epeo una compañera de madera y el deseo fue cumplido. Epeo construyó una compañera de madera para el caballo y Afrodita le insufló vida y la bautizaron Epona, en memoria de una  diosa celta.

El caballo de Troya y su amada Epona cabalgan noches serenas de luna y de pradera amando con locura, mientras en la pradera de Troya yace Pólemos, el que fue el padre de todas las cosas.  

Marcelo
9/4/2016    

sábado, 9 de enero de 2016

El cuerpo sin órganos, clic, clic.


El cuerpo sin órganos,  perfecto, como una imagen desnuda, que incita al placer, limpio,   vacío de los asquerosos, húmedos y rapsódicos órganos.
La diáspora de las vísceras al aire ha provocado una hemorragia de los paradigmas de anatomía y el espanto de los anatomistas.

La visión cercana sin distancia del cuerpo sin órganos, es el placer efímero de la excitación pornográfica, se acabó aquella caricia como juego con algo que se escapa.
El  goce es ya, el deseo se ha erosionado y Eros no puede dar en el blanco.
El átopos como el otro distinto que se ama, se ha ido para siempre del lenguaje, solo ha quedado el cuerpo sin órganos, por afuera a la intemperie,  las vísceras aceleran su marcha  acosadas por  arúspices y alimañas.

En un bosque de mirra, Adonis yace muerto por el jabalí que bosteza el placer saciado, con el cuerno al mango, perfumado con la sangre del bello muchacho.( Y las anémonas vistieron de rojo).
Afrodita sin consuelo, vuelve a su cuna, en Chipre,  donde había nacido de la espuma.

Clic, clic, la foto digital del cuerpo perfecto sin órganos, se ha viralizado en las redes, clic, clic, los fisgones miran  tan de cerca, que la piel del cuerpo perfecto,  es la conjuntiva del observador.

 Muchos, han solicitado a los cirujanos,  la ablación de todos sus órganos y una  lipo-escultura  para cumplir el sueño de Ser un perfecto cuerpo sin órganos. Clic clic,  luego de un photoshop, exponen sus perfectos cuerpos que suben a las redes, como selfies desnudas, desveladas y pornográficas, no para amar sino para que otros puedan mirar.

Clic clic, único sonido de aquel paraíso artificial.

Y un día ocurrió: el perfecto cuerpo se hizo cada vez más liviano, tan liviano que ya era un punto ciego en el campo visual y  el sonido clic, clic, ingresó en la zona de sorda gravedad.
Las redes sociales, no salían del asombro, en los noticieros se informaba de una rara epidemia mortal para las fotos, los médicos buscaban una cura sin éxito en el cielo de la evidencia, los informáticos analizaban un ataque troyano en gran escala.
Lo cierto es que es que la epidemia fatal había comenzado como una “Nada en el centro de la imagen”.

Marcelo Ocampo