miércoles, 3 de agosto de 2011

TARDE DE LUNES CON ATENEA


Tarde de lunes, fría, llovizna,
luces envejecidas y enfermas
de un domingo con dioniso.
Una cita a ciegas, como la ceguera de la tragedia.
Luciérnagas de bar con cucarachas atentas,
a metros del grupo Atenea.
Plátanos con  follajes a lunares marrones.   
¿Cómo íbamos a  reconocernos?

 ¡Oh Atenea! la de los ojos glaucos
despejando la bruma, arrojando luz
en  la salobre tarde del lunes,
la  reconocí al instante
en la silla de aquel bar,
bebiendo una lágrima tan blanca
como la flor que Hermes muestra a Ulises
fecundo en ardides,
como antídoto para los hechizos de Circe.

Luego del vuelo circular
De una lechuza numinosa
el bar ya era barca    
con velas de lino anemófilas
y en la proa,  
la vieja encina parlante
de Dodona,
un G.P.S. orientado al  Helesponto
en busca del vellocino de oro.

Y Atenea, la de ojos Glaucos,
se esfuma en el aire cicládico
mientras la  cóncava nave,
surca las epidémicas
 y vinosas olas
de regreso a el Pireo.

Ella espera bajo la sombra 
de aquel primer olivo
que hizo brotar en el camino
para sus amados aqueos
y respira triunfante
flores de bronce y de sangre
de aquel memorable combate
sobre la ciudad de anchas calles.

¡Oh Atenea!, la que lleva  la égida,
pronunciaste en mis oídos
con ecos oníricos
estas aladas palabras:
- Duerme un sueño tranquilo,
el fantasma del adivino Tiresias
ya  se ha ido
la antigua ley de Cronos,
no hará caer las tinieblas
sobre la luz  de tus ojos…    

Y un argénteo dracma gira
actuando una tragedia y una comedia
como una máscara en el proscenio
 del fértil jardín hespérico,
donde la serpiente duerme
acunada por las Hespérides.



Marcelo Ocampo
02/8/2011

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