miércoles, 11 de febrero de 2009

El legado de Grecia.Parte I


El jardín de las Hespérides.Leighton, Lord Frederick

Hoy el nacimiento de los octillizos es un éxito de la tecnociencia médica, la biotecnología borrando los límites entre la vida y la muerte, niños que nacen de madres muertas, muerte retrasada en las salas de terapia y muerte real por retiro de soporte vital.
Embriones congelados en un frezzer que tienen un futuro asegurado (útero) y embriones indigentes condenados a la calle.
El uso comercial de símbolos ancestrales al servicio de la industria automotriz: la antigua cruz celta (aire tierra cielo), la cruz y la serpiente comiéndose al hombre, en este mundo desacralizado que el hombre moderno vacía de significado.
Autopistas para llegar más rápido a ningún lugar, pasajeros extraños en la parte trasera del auto ¿o en el espejo retrovisor? Y más extraños todavía, los que viven debajo echando raíces en las fronteras de la ciudad, en una casa al aire, con techo de doble mano.
Tengo la impresión de que esta pátina de civilización y cultura con la postal de la marginalidad, es solo eso, una delgada y pálida imagen en el espejo.
Cuando Gea se enoja, no hay tecnología que valga; miren la sequía
y las vacas muertas en Argentina, o en Australia el fuego sin control, como una bestia con lengua ígnea que arrasa todo en un lado del continente y del otro lado, las aguas inundan las costas, las casas, los barrios. La bestialidad dentro de la civilidad.
O cuando te alejas del casco urbano y vas por el cinturón de la ciudad,
cuántas personas habrán leído lo nuestro, cuántas habrán visto el
Canal Encuentro con Adrián Paenza explicando la bondades de la biotecnología y la bioética señalando sus peligros potenciales y a Fernando Savater explicando la fenomenología Hegeliana?
Y esto no es ni peor ni mejor que ver el partido de la selección nacional.
Y en el casco urbano, cuántos pasan con luz roja, cuántos pagan por
sexo en la zona roja, cuántos afanan, cuántos venden droga, cuántos mercenarios de la sangre, siguen la ruta del vampiro y lavan glóbulos y dinero en los mercados de la plasmaféresis.
¿Cuántos son los buenos y donde están?
La cuna de la civilización, el puente entre oriente y occidente, Grecia,
está manchada de sangre: sangre de las guerras, sangre de los sacrificios,
sangre de los caníbales de tracia (tal vez un bisabuelo de Platón el gran
filósofo misógino), sangre de los hijos de Tiestes, sangre de las víctimas de la Esfinge a la entrada de Tebas, sangre de los hermanos en la séptima puerta, sangre debajo del Monte Taigeto, sangre de las puritanas esposas entregadas al novio, sangre en la Acrópolis de Elis, donde Praxitea sacrifica su hija, sangre en el sacrifico de Ifigenia, sangre a la vuelta de Agamenón, sangre en el sacrifico de Dionisos. Y un festival de sangre en la guerra de Troya, con el Escamandro atestado y apestado de cadáveres.
Y el río de sangre sigue corriendo en la primera y segunda guerra mundial, sangre que no vemos en la guerra mediática, todos los siglos manchados de sangre.
Y los que no la derraman, comen lechuga alimento de los muertos. (Pitágoras entre ellos).
La bella y masculina muerte espartana en el frente de batalla y la dulce y femenina muerte de la puérpera bajo las certeras flechas de la temible arquera, son dignos actos que igualan a la mujer y al hombre, en su entrega por la patria.
Los arquitectos ebrios de geometría merodean el Partenón mientras el maldito sacerdote niega el holocausto (matanza de cien bueyes) de miles de judíos inocentes.
Y casi todos miran el legado no sangriento de los griegos, la belleza de las estatuas, el fabuloso trabajo con el mármol del pentélico, la tragedia como género literario, la gran puesta en escena, la bella consolación metafísica, donde la naturaleza es devenir, desde Platón, hasta Nietszche.
Es un mundo desigual entre la población e inestable desde la diosa tierra,
individual desde el deseo como trofeo posmoderno.
¿Cuántos pueden ver en su cara el rostro del otro?
Es el mundo que hay y de nuevo a Borges, "otro cielo no esperes ni
otro infierno".
Solamente viendo a la diosa tierra bailar bajo los pies de Dionisos, con las ménades desgarrando cabritos mientras del suelo brota miel, leche y vino, podemos entender el verdadero legado de los griegos, sabiendo de antemano que somos occidente,como dijo aquel poeta, frutos tardíos del jardín de las Hespérides.

Marcelo Ocampo

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