jueves, 10 de diciembre de 2009

Flor y sangre en el aire


En el ciclo de la naturaleza, los frutos prematuros caen sin beber la luz, en pleno invierno, no hay frutos de verano, la combustión del sol no puede hacer madurar a los higos. Sin embargo, una mano ajena a la naturaleza intervino y calló para siempre aquello que no pudo Ser y sin embargo, se trepó a la garganta de su madre justo cuando la tarde de frío siberiano, traía el temor de las culatas, del color verde, curioso contraste de cachiporra y llanto de dragones camuflados con botas marrones y aliento a fango, bajo un cielo de pólvora y una pesada bruma que hundía la recta del horizonte.


La libertad sobre el cuerpo puede interrumpir un fruto a voluntad, pero la abeja no puede torcer su destino de miel.
Sin embargo, la romántica obstinación por el curso de la naturaleza, adormece la vigilia de la conciencia.

Las fauces hambrientas de las bestias cegadas por el olor de carne inocente, por la visión mesiánica de acartonados pendones y de escopetas recortadas, como las astas salvajes que ensartan las vísceras de los peatones y que después irían por aquellas islas.
Pero era un tiempo en el cual los hijos ya no querían dejarse tragar por Cronos y menos aún por el monstruo asesino de tres cabezas que estaba latiendo en el cubil verde oliva.

Olor a sangre y a jazmines en el aire de las calles y en las casas, un sobrio aroma cotidiano esquivo a las narices de aquellas escopetas recortadas.
Extraña paradoja, el olor a bestia cerraba el espacio en aquella tarde de julio.
Luego se supo de aquel plan siniestro, que condujo, del Ser al no Ser.
Pero el derecho a la libertad, traía la dignidad a la conciencia y en las narices, un perfume a revolución, como rara flor de jazmín y de sangre.

Flor y sangre en el aire y en las cloacas;
flor y sangre en las servilletas y en las corbatas.
Flor y sangre y aquella partera en la tarde de invierno,
entrando a la pieza con su atuendo “animal print”,
gritando como una Erinia, las sórdidas sentencias de muerte y de pecado, pero la aflicción que sofoca la garganta, ya estaba sobre la madre
que yacía media dormida en la camilla raída, ultrajada en cuerpo y alma, las esferas del llanto, se habían llevado toda la sal de sus ojos.
La Erinia, sobreactuó su papel, entre el derecho a la autonomía y el derecho a la vida, en un crispado atardecer, cuchara en mano, sermón de pordiosera y paga de princesa. Luego entra en escena aquel personaje, el médico gris como el cielo plomizo de aquella tarde, llevando las agujas soporíferas dentro del maletín de cuero negro.

Lo uno y lo múltiple metafísico, la mismidad y la otredad mas cotidiana frente al reflejo poliédrico de los ojos del reptil.
Cuerpos sin escamas, cubiertos de sal en el mar, cuerpos sin sal en oscuros burdeles donde ronda la muerte; médicos de guardapolvo negro, prestando asistencia a la trágica decisión de desprendimiento.

Las caracolas entonan sus nombres en el viento, donde ya flotan las respuestas que no escucha este muchacho solitario, con piel de cactus, plantado en el desierto de aquel trágico mes de febrero.

Pero tu partida fue anterior al horror, cuando un displicente cirujano, apagó las luces del escenario, aplazando o apurando el desenlace trágico, un suspenso innecesario o la prudencia de no penetrar el bisturí hasta ver la señal certera en la incertidumbre de la espesura espacial del cuerpo.
“La enfermedad no recorre los cuerpos siempre de la misma manera”.
Lo cierto es que lo ineluctable, cayó como un telón sobre los ojos de un testigo único.

Su madre se hizo ovillo por dentro de su propia matriz, para acunar la huella de la niña; por fuera, el abismo de la tristeza que no tiene nombre.

Cuando entraste al bosque encantado, por la puerta de flores multicolores, veinte ruiseñores entonaron sus dulces cantos y una suave brisa trajo el perfume de lo sagrado.
De este lado, quedan huellas de sangre, jirones de sueños rotos y el recuerdo de tu imagen, flotando en el aire de la memoria, a veces difusa, a veces opaca y otras tan nítida que al querer tocarla, se esfuma como el fantasma de una nube blanca.

Marcelo, 8 de diciembre de 2009

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