miércoles, 22 de febrero de 2012

Ley de Murphy en la cotidianidad

Empiezo la mañana, con algo de resaca, la trucha  con verduras grilladas de la noche tal vez no maridó con el vino o simplemente he bebido demasiado.
El sábado tornasolado matinal,  anunciaba una disconformidad climática que se metía en mi cuerpo y en los vericuetos cotidianos asados por el calor, que freía hasta los átomos del aire.
Escucho desde  fuera del baño, la voz de Sandra:-¿Vamos a ir a Capital?
-Claro, en un rato termino mis necesidades finales (que a veces no son finales), me ducho, me afeito, controlo en la gomería el aire de las cubiertas y nos vamos.
La temperatura del día,  vulcanizaba  el aliento.
Pregunto: -¿Estas  Lista?
-Me seco el pelo y vamos.
Salimos para Capital, por autopista La Plata Buenos- Aires.
-No me siento bien, la jaqueca me juega una mala pasada.
-Es el calor, me consuela ella.
Interminables  fueron los kilómetros, bajo un cielo  amenazante como soldado de plomo con metralleta de acero.
Un cartel  de cochera disponible en la calle Córdoba, se mete en mis ojos y bajo por la rampa de acceso al vientre del monstruo traga autos, cuando escucho una voz desde un costado  -Jefe ¿lavamos el auto? -Bueno, y ahí lo dejo.
Salimos de la boca del monstruo de cemento y emprendemos una caminata de unas cuadras bajo el aire de amianto de la ciudad.
-Sí, soy Laurence de Arabia, pensé, hasta miré con sorpresa a un camello caminando con su cuadrúpedo andar y pensé que bueno sería saber montar y llegar así en su lomo jorobado,  hasta el edificio de arena a las puertas del desierto.
Con la ilusión de cobrar un billete extranjero en Western Union de la calle Córdoba, hacemos la cola (el camello, Sandra y yo).
En eso, desde la ventanilla  nº  5  una voz:- ¿Alguien para Wester Union? -Sí nosotros y me apersono en la ventanilla con la Cédula Federal y el recibo para cobrar.
 -No señor, no puede cobrar con la Cédula Federal, tiene que mostrar el Documento Nacional de Identidad (DNI). -Pero, si en esta misma ventanilla el mes pasado cobré mostrando esta misma cédula ¿Cómo ahora no?
-Habrán hecho una excepción, escucho como respuesta de una mal dormida.
¿Y no puede hacer otra excepción?  Un lacónico: NO, nos arroja fuera del local con el cartel colgando del  pecho que decía: Game Over.
O todo era un espejismo se trataba de la popular "Ley de Murphy".
La repentina desaparición del camello me hizo ver que era lo segundo.
Nos vamos hacia el centro comercial de la avenida Santa Fe, a paso lento y llegamos  a una librería que antes fue un hermoso teatro.
Unos rufianes a sueldo, mataron a los actores, echaron a los músicos de la orquesta y unos inescrupulosos arquitectos y empresarios, llenaron el teatro con libros como espectadores de un escenario con mesas de bar, habitado por actores de la cotidianidad como nosotros que pedimos un tostado y una gaseosa, aplaudidos por libros de autoayuda que ocupan la primera fila.
Del falso escenario me dirijo hasta el  baño:    
un cartel con la leyenda: “Disculpe las molestias estamos limpiando para UD” y una soga impedían el ingreso.
Frente a la adversidad, hago tiempo en el sector de libros de mitología y tomo uno de la misma editorial y del mismo autor que había adquirido hacía tan solo un mes. Recordé el precio: $58. Por esas cosas, me fijo en la barra electrónica de precios: habían subido el precio tres veces los empresarios que juegan a libreros. Otra vez Murphy y otra vez el cartel en mi pecho: Game over.
Vuelvo al baño ya habilitado y al entrar  encuentro en las dos medias puertas de acceso a los inodoros  el aviso de: OCUPADO
¡Game over!  Me salva el  baño para discapacitados, que estaba disponible. Sin dudar un instante,  me siento en un trono un poco más alto que los comunes con un andarivel y dos pasamanos, pero la misma utilidad, un sumidero para escatológicas evacuaciones.
Salimos de la librería V.I.P. en busca de una zapatería, me vendría bien cambiar estos mocasines postmodernos y ya algo gastados.
- Sí estos de la vidriera están lindos, comenta Sandra.
-Pero no traje medias, respondo  – Es fácil compra un par en la mercería de enfrente, cruzamos y cuando veo el precio, muy caras en relación con la calidad y con los precios en mi ciudad, no las compré, en otro comercio las mismas medias el mismo precio, de modo que me fui sin adquirir los zapatos que me había gustado. ¿Puede la ley ser tan rígida? 
-Acordate de las zapatillas, que precisas para la caminata, insiste Sandra.- Es cierto, vamos que allá veo una zapatería. Elijo una y le pido al dueño un par de medias. -No vendemos medias.
No puedo probarme las zapatillas sin medias, le contesto.
¡Sí, la ley de Murphy es muy rígida!    

En la cochera, ya listos para regresar, pago el importe de las horas de alquiler y el lavado:- son 75 señor no 45. (Suma que le estaba dando) -En la Plata son 45. -Sí pero acá ponemos cera muy especial, antiarrugas, antilluvia, antigranizo y  aspiramos el interior con un filtro especial. -Está bien, señor “especial” cobre el lavado especial.     
Salimos de la cochera, con el auto recién lavado: una lluvia unánime caía sobre la ciudad y sobre el encerado especial.
¡Otra vez la maldita ley de Murphy!!

Espero que en  la autopista  se acaben los malos augurios,  pero no fue así, hasta creí ver sentado en el asiento trasero al mismísimo Murphy, como pasajero!
Y sus efectos no se hicieron esperar: un triple choque impedía el tránsito normal, luego de sortear el obstáculo, entramos en la  caravana circense de micros con futbolistas y  con hinchas escoltados como príncipes por policías en motos y en autos que aullaban luces azules.
Observé por el espejo retrovisor interno la mueca de  placer en los labios de Murphy, esgrimiendo su ley en la mano derecha. 
Al descender de la autopista y ya en la ciudad de La Plata, me dispongo a cargar nafta en la estación de siempre: - no hay, me advierte el playero con ampulosas señas.
Busco otra estación de servicio: -Sí, hay pero no tenemos débito, no funciona. Miro con cara de asesino a Murphy,  pero ya no estaba, dentro del auto solo estaba Sandra con cara de resignación especial.
Bueno, vamos a la vinería a buscar mi vino favorito: -Vendimos la última caja hace 10 minutos. NO, no puede ser si siempre tienen! Exclamo con sorpresa y cierto enojo.
Por fin en casa, dispuesto a guardar el auto, al bajar piso una cagada tan enorme que tuve que sacar el zapato con sumo cuidado.
-Después quieres que no me enoje! le comento a mi esposa, -y no me digas que pisar mierda trae suerte! Entramos a casa,  saco el otro zapato, descalzo y cansado, me tiro a la cama pensando que la ley de Murphy, con su primera sentencia: “Si algo puede salir mal, saldrá mal” es tan científica, como la Ley de la Gravedad.

Marcelo OCAMPO

jueves, 2 de febrero de 2012

A mi hija, en el instante



No dije algo que pueda herirte,
ni en el sentido ni en la forma
y sin embargo te fuiste herida,
ni hay erinias que persigan,
ni miradas esquivas, solamente
una herida que trato de aliviar.
No hay un recuerdo como garra
que aprieta la garganta, ni tampoco
un grito que amenaza, solo quiero
que comprendas que estoy contigo.
No hay sospechas ni garras debajo
de la puerta, la conciencia del abismo
atormenta, solo quiero ser
y dejarte ser.
Los fantasmas y los miedos que se iban
con la luz encendida y con una caricia
en los tiempos de cuna, ahora habitan en ti,
solo puedo mirar y acompañar,
el camino es tuyo, el camino es uno,
las puertas se cierran y se abren en el interior.
La rosa conoce el dolor entre las piedras, busca su ideal de belleza,
busca su esencia
en el mundo que truena.
Los rostros se opacan en las aguas del Leteo,
Mnemosine los devuelve con nítida presencia
mientras el eco de una voz
entona canciones de amor.
Todo habita el instante.
Solo puedo mirar y acompañar.
El abismo se abre bajo los pies.
Cae el ojo del cielo, la noche vuelve,
la tierra cruje y se agrieta,
la bestia ruge desde el fondo,
los dioses se inquietan,
ya no hay holocaustos para ofrecer.
La conciencia despierta,
puja desde el dolor, asoma
entre el inconsciente y la razón,
La pulsión de Ser la anima a ver
el sol del día después.
La niña ha crecido, el centinela se ha ido.
Solo puedo mirar y acompañar.
Todo habita el instante
entre el sueño y la vigilia.
Nueve cielos y una vida,
nueve infiernos y una agonía,
una razón y una esperanza,
una ronda y miles de almas,
como el remolino de las hojas
en la vereda
de un solo otoño.
Como el vértigo de las flores
en la azotea
de una sola primavera.
Solo puedo ver y acompañar.

Marcelo Ocampo