viernes, 27 de marzo de 2009

El águila de plaza Italia

Monumento en Plaza Italia - La Plata

Estaba pensando en el águila de Plaza Italia, después de 50 años, la vuelvo a ver esta vez desde el auto parado en el semáforo de diagonal 74 y 43, una prohibición cívica de no avanzar en rojo y esperando el verde, ese color que sube a las hojas y y ese rojo que baja a las copas. En ese momento, se metió el águila en mi retina, su figura liviana, ligeramente inclinada hacia arriba, un ala medio desplegada, la otra abierta como desafiando la vertical del aire, liviana, sobre la copa de los árboles, en actitud de iniciar el vuelo.
La Plaza Italia está en la encrucijada de 4 calles, la diagonal 74 sigue su devenir de asfalto lineal hasta el cementerio, donde los devoradores de carne son simples maderas como prótesis para los cuerpos encerrados y enterrados en la humedad de la tierra.
La historia oficial dice que 32 años después de construida una columna de piedra de estilo corintio emplazada en el medio de Plaza Italia, fue colocada el águila que era de bronce y sostenía entre sus garras las banderas de Argentina y de Italia celebrando la confraternidad entre ambas naciones.
Pero en los años 50, un urbanista moderno, con el parque automotor en alza, creyó conveniente agilizar el tránsito en la encrucijada cortando por la mitad la plaza de modo que los dos pedazos de media luna, quedaron bordeando el segmento de la calle 7 que la atraviesa desde entonces.
El monumento que estaba en el centro de la plaza, como un eje del mundo con el águila en el extremo solar, fue desplazado hacia la mitad más próxima a calle 6. Ese desplazamiento tendría años mas tarde, una consecuencia desafortunada y escalofriante, porque correr el centro de un axis mundi, no es una acción inocente es como sacar el huevo del nido. La semántica de los mitos remite al mismo significado el de provocar una ruptura en el orden del cosmos, una alteración de la cosmogonía, una aberración entre la ley divina y la ley de los hombres. Porque si el eje del mundo para el águila era ese, es porque un Dios en un lugar del cielo como arquetipo ideal, trazó ese eje, el primero y el hombre no hace más que repetir ese acto primordial.
Pero la pequeña necesidad de agilizar el tránsito vehicular, es una meta menor que no tiene en cuenta el lenguaje del mito, de los ejes del mundo, del eterno retorno, de las consecuencias atroces que puede desatar el quebrantamiento de esas leyes no escritas, pese a que en la modernidad el mundo está desacralizado y secularizado y lo sagrado se encuentra dentro de los templos, como lo profano está antes de él.

Desde mi niñez viene el recuerdo de otra águila, cuando la caída del sol vuelve a poner las sombras en los cuerpos y la luz artificial de los faroles, traza sombras caprichosas, el ave despertaba, lentamente comenzaba a batir sus alas mientras erguía su cabeza y las plumas dejaban caer el bronce y adquirían un color azulado sobre un pecho blanco.
En ese momento, se acercaba un hombre de mameluco con guantes de cuero, y botas de goma, un cuidador del zoológico trayendo una bolsa al hombro. Se paraba debajo del monumento a unos cuantos metros, desataba el nudo de la bolsa, sacaba un pedazo de carne de algún animal cuadrúpedo, aún sangrante y lo arrojaba al piso, justo frente al águila quien, con instinto carnívoro intacto, desplegaba sus alas y bajaba suavemente al suelo. Silenciosa y precisa, posaba sus garras sobre el trozo de carne y con su pico fuerte, como una tenaza de metal, arrancaba un pedazo que tragaba de inmediato y una vez saciado su apetito, volaba a lo alto de la columna y quedaba inmóvil, con el bronce de nuevo en sus alas.
La elegancia de sus movimientos, su perfumado plumaje y su apetito por la carne fresca, contrastaba con los torpes y húmedos buitres carroñeros, quienes lejos de ahí, al final de la diagonal, volaban a ras de las cruces oliendo a podredumbre.



Pero un día ocurrió algo no previsto, una noche de carnaval, con las luces de colores, con el ruido de las comparsas, la algarabía de las personas, la humedad de los baldes de plástico con su carga de bombitas de agua, personas disfrazadas de monstruos, de animales, máscaras que para mí, eran una ausencia de la persona y una presencia de la bestia, con pelos de papel picado y narices de plástico, todas iguales (como las que cincelan hoy los cirujanos)
En un instante, el águila despertó, agitó sus alas en modo furibundo, voló directo hacia las personas que estaban en la ruidosa comitiva, y con su pico abierto, voraz y certero, atacó a los ojos y vació las órbitas. Ellos daban tumbos, andaban en zigzag, gritaban desconsolados, con las manos crispadas sobre sus cabezas. Ignoraban qué había pasado pero el tránsito de la luz a la oscuridad, de la alegría al dolor, fue súbito, vertiginoso, cruel, más allá de cualquier comprensión, la total desolación.
De repente, dos gitanas de la diáspora, con sus vestidos de guirnaldas y de flores que se mecían en sus faldas, con el pelo negro y rizado, se acercaron a consolar a los nuevos ciegos, a curar las heridas de las órbitas vacías, con un bálsamo de un color y un olor especial, no se parecía a los jarabes habituales, ni a los aromas conocidos.
Detrás de ellas, un hombre alto y calvo, de camisa gris, desata una bolsa de arpillera que llevaba entre sus manos y saca del fondo unos bastones blancos y unos lentes negros, que generosamente reparte entre los desafortunados ya serenos con el bálsamo pero incapaces de conducirse en la oscuridad .Con los lentes delante de su ojos mutilados, comenzaron a caminar recto, al ritmo acompasado de los bastones blancos, y fueron retirándose, marchando hacia sus hogares.
Cómo pudo ocurrir el espantoso episodio?
¿Porque el águila mansa que devoraba gustosa la carne de la pata del animal que le ofrecía el cuidador del zoológico se volvió agresiva y secó de luz los ojos de esas personas?
¿Porqué un ave que es tan solar y seca que está mas cerca del Fénix que del buitre arroja a esas víctimas de la luz a la sombra, porqué esa conducta de ave rampante?
No lo sabía, había visto el lamentable hecho desde la ventana del auto de mi abuelo, cuando mi familia estaba fuera, de espaldas al águila, mirando las comparsas, yo estaba dentro, en el coche, no quería saber de máscaras ni de fantasmas.
Opté por el silencio, nadie me iba a creer porque nadie vio y no era un relato convincente, porque el águila estaba en lo alto de la columna otra vez inmóvil, definitivamente de bronce.

Un mes después, para mi mal, empiezo el jardín de infantes; un micro, casi tan largo como la cuadra, para justo en mi casa, abre la puerta y subo; mi mamá y mi abuela con una sonrisa desde la vereda, me despiden afectuosamente. Pero sus gestos y saludos, no pudieron impedir la sensación de vacío y de abandono, repentinamente huérfano, solo, arrojado a la calle.
Cuando el chofer me saluda con un -bienvenido Marcelo, elegí un asiento-
¡quedé paralizado, casi no podía creer que era el mismo hombre calvo, de camisa gris que había acudido en ayuda de los ciegos!

Cuando dirijo mi vista hacia el interior del micro, veo en el asiento que quería para mí,a un chico ciego, con bastón blanco.
Inmediatamente pensé, fue el águila, el águila lo hizo…
En la eternidad de ese instante, el hombre del volante, vuelve su cabeza hacia mí diciendo -te presento a mi hijo, se llama Marcelo igual que vos-
Mi sensación era la de estar en la barriga del monstruo, ya no era un micro, debía salir de ahí pero sabía que no podía hasta llegar a la escuela. No se de donde saqué fuerzas para caminar por el pasillo del interminable micro y elegir otro asiento al otro lado del pasillo. Desde allí podía espiar al ciego, lo pude ver leyendo un libro con la yema de los dedos. Supe después que era el sistema Braille de lectura.
Un curioso triángulo de caras que circulan por el espejo retrovisor interior del micro, yo, mirando al que no ve, el padre que me ve cuando no estoy espiando la cara del que no ve y que sin embargo se refleja; en ese punto de coincidencia, cuando las miradas se juntan y se fugan, veía mi rostro como el de un pasajero extraño y conocido, una ausencia y una presencia, a diferencia del rostro que se refleja pero no puede ver y que es parte de la ronda en el juego del espejo.
Poco a poco, aquella angustia inicial, se iba licuando por mi alma como plomo fundido.

Años después, tuve la necesidad de buscar las respuestas a las preguntas acerca de los hechos que habían ocurrido en Plaza Italia. Supe entonces que el águila estaba en el centro del mundo y su emplazamiento posterior en el extremo de la plaza, fue el motivo de ese furibundo ataque a aquellas personas.
Antigua Plaza Italia

El desencadenante de la tragedia, una aberración en el sistema simbólico de los mitos y de su ley no escrita; todo por una vana necesidad urbanista.
Los nuevos ciegos, aquellos que tenían la memoria de la luz, tuvieron que adaptarse a su nueva situación de sombra perpetua, en un mundo flexible, con un afuera y un adentro, como un laberinto de puertas giratorias en incesante movimiento de la sombra a la luz y de la luz a la sombra.
En cuanto a las gitanas que acudieron en su ayuda, ellas sabían de la leyenda del águila, habían escuchado la voz de los oráculos, conocían el relato de un bálsamo que el vuelo del chamán traía desde la ciudad de los pájaros, en lo alto de la montaña, allí, donde las águilas mudan el pico y las plumas.
¿Porque estaba el hombre del micro en la escena con la bolsa de arpillera llena de bastones blancos y de lentes oscuros?
Ellas le revelaron la profecía, esa palabra a mitad de sendero entre la voz de los dioses y la mirada de los hombres; entonces él supo como ayudar, con la técnica adecuada para que los nuevos ciegos puedan adaptarse al mundo. Pero nada racional puede explicar la metamorfosis del águila ni la leyenda de su renovación, como el surgimiento del Fénix a partir de su propia combustión.
¿Porque estuve ahí, como testigo solitario del violento episodio?
Lo ignoro, el águila se llevó la respuesta al centro de la plaza, que ya no está y que sin embargo es.

Marcelo Ocampo

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Fantástico Marcelo! No cabe duda que sos un escritor de aquéllos que saben crear y jugar con las atmósferas y entrar y salir de la realidad. Gracias otra vez. José María

marcelo dijo...

José María tus comentarios me alientan a seguir este sendero, porque vienen de un auténtico centauro. Gracias.

Javier Gustavo dijo...

Un excelente relato en donde realidad, ficción y futuro se entremezclan

Unknown dijo...

Hermoso relato, Marcelo. Ana Natale

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