jueves, 27 de enero de 2011

Venía filtrando Tsunamis. (La venganza de Euríale)

Tsunami-Dic07-Técnica mixta sobre tablero-Santi.

En alguna playa, las sombras hexagonales, albergan estatuas que respiran flores de arena, en un apacible día de sol. Sin embargo, las ovejas de espuma blanca sobre las crestas de las olas y el viento del sudeste, anunciaban una luna con pollera y la inevitable lluvia desde las negras y eléctricas nubes.

Los diluvios escatológicos nunca fueron, pero siempre están ocurriendo en los mitos arcaicos y en las religiones monoteístas, como la alianza de Noé.
En esta época donde los hombres olvidaron las profecías y el arcano es a la carta, nada hacía presagiar una ola de puerto tan grande que iba mojar la pollera de la luna y que podía hacer encallar la balsa (el mundo) para siempre...

Ella venía filtrando Tsunamis, la voz del oráculo en el sueño, se lo había revelado, el fin del mundo estaba llegando. Lucy en efecto, venía filtrando Tsunamis, por debajo de las olas, con ojos de caracola y con piel salobre de foca, iba resistiendo, pero sus fuerzas iban mermando, una abertura tubular entre dos universos se había abierto y estaba justo en el medio ni adentro ni afuera, como un filtro de energía negativa, una quintaesencia de luz unánime que convertía el agua de la gran ola de puerto en espuma cuántica que filtraba hacia otro universo por una cesura tubular con extremos circulares similares a una trompeta de bronce.

A sus oídos llegaban los sonidos terribles del monstruo de cabellos glaucos resoplando por el agujero de unos caparazones de caracoles eviscerados. A medida que esto sucedía y la ola se dividía hasta el infinito, el cansancio de la luz, traía la incertidumbre acerca del triunfo del universo que conocemos.

En la playa, los hexágonos iban cambiando de forma sin perturbar a las estatuas que respiran flores de arena.

Un destino apocalíptico con olor a Océano, sonido hueco y envolvente, ecos de antiguas oraciones rituales en palacios de bronce debajo del mar y tumbas que se abrían dejando salir a las enfurecidas criaturas con escamas en sus lomos grises y sus cabezas fuera del agua con ojos que irradiaban plomo fundido, derritiendo las rocas de la costa, condensando la atmósfera, tatuando pájaros en el campanario de los vientos.

Entre el sonido caótico y ensordecedor, se colaba la voz posesa de aquella mujer, cuya sola mención inquieta: Euríale.

Ella mostraba su casa y su familia como un cuadro perfecto, sin revés, solo un plano cotidiano sin profundidad y de una sospechosa felicidad. Todo bajo control, nada librado al azar. Al fondo una pileta voladora, mitigaba el calor del verano y en invierno la calefacción central era ideal.
Euríale, ejercía el control absoluto mientras un dócil Manuel, en el quincho vidriado, asaba cada domingo unas magras y sabrosas colitas de cuadril en un ritual de penates y de penas.

La sombra de Apolo, en la proyección cotidiana, perfecta y adoctrinada, iba a ser amenazada por la ordalía adolescente, una de sus hijas había osado vestirse con una pollera cortita y azafranada, que había comprado para agradar a un chico con un tatuaje en el brazo.
Su segunda hija, trajo a un novio de la calle, con un secreto (de la calle).
Para su madre, ellos eran extraños, desagradables, salidos de un lugar que ella llamaba "Raredonia".

Manuel trató de acomodar las cosas como si se tratase de un cuadro torcido en la pared.
Pero ya era tarde, la distopía del adoctrinamiento interno, traía presagios de tragedias que ni el concilio de magos, ni los divanes terapéuticos podían yugular. Mucho menos las delicias sobre el colchón profano.
Manuel en apariencia distraído en su mundo de música y de fantasmas en el proscenio, empezaba a darse cuenta.

Para Euríale el orden era una obsesión, el caos por fuera del hogar la atormentaba por eso cerraba las ventanas y corría todas las cortinas para evitar que el desorden exterior infecte su sacrosanto hogar.
Pero no pudo mantener bajo control a las hijas, con las coronas de flores en el columpio de vértigo adolescente.
(Helena, Erígone, Ariadna, Antígona, las chicas, desde siempre, treparon cintas voladoras).
Los cánticos y el baile con la música de moda, inundaron su ambiente.
Los chicos en el patio, fumaban y bebían esperando a las muchachas. Eran capaces de mostrar alegría de sentir amor y de respirar libertad, algo inconcebible en el mundo de Euríale.

A medida que avanzaba la “ocupación” y llegaba la noche, el revés del tapiz sobre una de las paredes del living, empezaba a crecer por fuera de las márgenes del marco rectangular, invadiendo la pared adyacente como una enredadera caótica de lana e hilos deshilachados.

Loca de rabia, Euríale, tomó su instrumento preferido, la filosa tijera que había heredado de su madre y con frenesí, cortaba la lana y los hilos que crecían y se metamorfoseaban en serpientes amarillas y de fauces tan negras como una noche huérfana de luna y de estrellas.

Arrojó la tijera y con sus manos, tiró al piso el tapiz y luego rompió todos los cuadros con fotos de su álbum familiar, la sangre manchaba la pared y salpicaba el sofá de cuero blanco del living, sus puños taparon la salida de los parlantes donde murieron las sopranos.

Ella no sentía dolor, la anestesia era moral y corporal, en ese estado, hizo estallar los lentes que la suegra había olvidado y se atrincheró detrás de la puerta dispuesta a detener a toda persona que suba a su umbral.

Pero el olor a caracoles eviscerados venía de la pileta voladora, no desde la calle y los hexágonos con las estatuas que respiran arena, estaban en el patio de su casa.

Llena de bilis negra, su mente tramaba la venganza, para ello necesitaba un chivo expiatorio que lleve la mácula afuera de la casa: naturalmente fijó el blanco de sus maldiciones en Manuel. Ella se propuso: matar a Manuel.

En la playa, o quizás en la pileta voladora, Lucy, seguía filtrando Tsunamis, el fin del mundo estaba cerca, el diluvio que venía a purificar con agua lustral otra raza de hombres profanos.
Ilustración de Tozani

Julia la madre de Lucy, pese a los insistentes avisos de su hija, no era capaz de creer en el Apocalipsis.

Vestida con la piel salobre de foca, Lucy gritaba:- ¡mamá, viene el fin del mundo, por favor corre a un lugar alto y avisa a al tío Manuel que vaya a lo de la abuela, Euríale está armada y va directo a matarlo!

La madre de Manuel era la suegra de Euríale y la abuela de Lucy.
Por fin, Julia, ante la insistencia de su hija, deja de chatear con su amiga Marta, se pone a buscar entre sus contactos de mail a Manuel. Él estaba en su hora de descanso en el trabajo, tomando un café cortado, cuando en la pantalla de su notebook, (la lleva a todos lados) toma conciencia del peligro que corre y sigue las instrucciones que Lucy le enviaba a su madre por mensaje de texto desde su celular sumergible y Julia lo reenviaba por mail a Manuel: -Andá a tu casa materna, atraviesa el agujero en la pared (donde antes había una puerta), cruza el garaje y sin detener la marcha ni mirar a las banderolas de los cuartos, corre por la galería de serpenteantes baldosas amarillas, abre la puerta cancel y ciérrala una vez que estés en el zaguán, mirando hacia la calle. Cuando veas pasar a tu mujer (Euríale), desde los vidrios esmerilados abre una de las hojas de la puerta y vete corriendo en dirección al norte.

Euríale, vestida con un piloto de hule, llevaba en sus manos una pistola de madera con municiones redondas de acero. Llega al pasillo adyacente a la puerta imperial del zaguán y fingiendo estar descompuesta, logra que alguien le abra la angosta puerta del pasillo y a toda carrera, esquivando el juego de bases de los niños con pelota de goma, llega hasta el departamento de su suegra.

Antes de la muerte de la Bisabuela, al departamento se podía llegar por la casona de entrada imperial, luego de caminar por la galería hasta una puerta interior de acceso al departamento del fondo. Naturalmente, esa puerta como un cordón umbilical, comunicaba la casona de los abuelos con el departamento de una de sus hijas, la madre de Manuel .
Como suele ocurrir, la avaricia de una nieta, Aglaura, hizo apurar el negocio inmobiliario y la casona pasó a manos de otros dueños, quienes tapiaron la puerta del departamento del fondo. Solo se podía acceder a él por el pasillo de al lado, el cuál, era la entrada con el número que seguía en orden descendente a la casona contigua, según las normas municipales de la ciudad.
Siguiendo las instrucciones, Manuel cuando ve pasar a su mujer, escapa, por la puerta de entrada, del zaguán a la calle , rumbo al norte, con un merecido boleto de ida y vuelta a Broadway.

Entretanto, Lucy, al yugular el último Tsunami de olas vinosas, en el sótano del océano, sigue los pasos de Euríale y por el pasaje tubular antigravitatorio, llega a la casa de su abuela, justo en el momento en que la vengadora, con el arma homicida en la mano, atraviesa el agujero de brumas en la pared, en busca de su blanco: Manuel, quien ya no estaba allí. Al darse vuelta Euríale, el agujero del tiempo, queda en su campo visual como en un centro de presión negativa y se cierra transfigurado en piedra.

Lucy alcanzó a ver pasar a su bisabuela, en silla de ruedas, como una imagen fantasma, con jazmines recién cortados en una de sus manos y en la otra, un abanico de túbulos que irradiaban luz blanca. Una “mañanita” de lana de oveja, la abrigaba en punto cruz y aquella enfermera transparente, iba deslizando la silla de ruedas sin prisa mientras iba cantando alegremente la zarzuela preferida de su abuela: “La pastora”
La imagen se perdió antes que el agujero sufra esa especie de colapso gravitacional.

Lucy pone dentro de su mochila de terciopelo, restos del diluvio que habían quedado sobre el bargueño de patas de madera torneadas, y antes de partir, besa a su abuela, que contaba en su urna de arcilla, los días de duelo y de nacimientos.
Cuando se va, atraviesa el pasillo y ya en la vereda de la antigua casona, las sombras hexagonales albergaban a las estatuas que respiraban flores de arena.

Lucy in the Sky with Diamonds by ~SpiritOfTheShadow

Desde el proscenio del escenario giratorio, arrojó a la playa, la piel salobre de foca y se lanzó sobre el lomo del mar, en una cinta de caracolas voladoras, amarillas y verdes, respondiendo a aquel llamado, bajo un cielo de mermelada y estrellas de diamantes, con ojos de caleidoscopio.


Marcelo Ocampo
25/01/2011

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