jueves, 18 de agosto de 2011

Pesadilla en un Hospital de Capital Federal


Querido amigo: ya mas tranquilo, a vos que  me invitaste a participar como panelista en el tema judicialización de la medicina en la semana de la bioética, hace ya algún tiempo, te voy a contar lo que viví: muy desanimado por el estado del hospital en general, entro y veo todo ese montón de gente tratando de trepar un ascensor para que los lleve al lugar de atención; los que pueden llegar liberándose del embutido humano dentro del habitáculo  del único ascensor que  funcionaba, para luego someterse a "metódicas servidumbres" como decía Jorge Luis Borges.

Mi caso fue paradigmático, porque recién llegado de mi ciudad La Plata,   busco un “sillón blanco” para dar rienda suelta a las escatológicas necesidades intestinales, no trascendentales sino finales.
Busqué desesperadamente un baño, algo simple y elemental en la vida cotidiana. Pero ahí empezó la pesadilla, al recorrer todo un piso  del nosocomio,  llego al baño de caballeros pero estaba anegado con aguas turbias, heces flotando, maderas apiladas en el agujero del retrete, era la imagen viva de un lugar arrasado por un Tsumani.
A metros estaba el baño de damas, frente a la emergencia, no dudé, caminé hacia él, pero me detuve frente a la puerta rota mirando con espanto los restos del diluvio noático y la triste escena del arco iris que la voraz boca del sumidero se iba tragando.

¿Recordará Dios la alianza al no ver su arco entre las nubes?
¿Vendrá otra vez la catástrofe ecológica?

Con estos pensamientos en mi mente, literalmente “trepo” hasta el séptimo piso donde había gente amiga en el aula 70, lugar del evento y casi sin aliento pregunto al “Dr. Anfitrión”, por un baño, él que iba a empezar la charla, le dice a una voluntaria que me lleve al baño de Docencia e Investigación, cuando llego al sector, una secretaria que parecía una espía  nazi de la guerra fría, con un revolver y una bala en la recámara dice: -“este sector es  privado, lleve al señor al baño que queda pasando el pasillo, al otro lado del sector y un piso mas abajo”...la señora me acompaña sólo unos metros porque retrocedí a paso marcial y plantándome frente a la secretaria le afirmé enfáticamente -“me hago encima”.

Ella no podía negarme el baño pero lo hizo. Con el destino adverso frente a la necesidad mas escatológica y vergonzante, con mi frente llena de sudor y de venas que serpenteaban la piel como la serpiente intestinal mordiendo la salida inexorable de lo mas execrable, ahí nomás, y frente a la indecorosa adversidad, (cagarme encima), sorteo las líneas enemigas y me  deslizo como un agente de contraespionaje, hacia el  baño del jefe el cual,  en efecto, era del jefe: “VIP”,un amplio pre baño  separado por un biombo de policarbonato del baño propiamente dicho y compuesto de  inodoro, bidet, y coqueto lavatorio, con cerámica, jabón líquido y dos tipos de perfumes, (uno pegado en el cerámico y otro más lejos, pero también al alcance de la mano, en un nivel de aromas  de hotel 4 estrellas).

Una vez evacuada mi necesidad, no tuve más que apretar el botón, (con un caudal de agua del dios Poseidón), que se llevó la inmundicia por el sumidero de entrada a la cloaca, y perfumar en rigor, “exorcizar”, el lugar de la blasfemia con los  benditos perfumes y arreglarme la corbata y la bragueta, para enfrentar a los de “afuera”.

Al salir, la señora alemana, (quien en primera instancia me negó el baño) se dirige a mí con falsa conciencia: -disculpe Doctor, no sabíamos quien era Usted...
 (Vestía saco y corbata y llevaba entre mis manos  una carpeta con logotipo que evidenciaban que estaba invitado a las jornadas).

Me retiré preguntando a la secretaria nazi si tenía crédito ante la eventualidad de una "segunda urgencia” y ella me aseguró que sí.
-Ocurre,  DOCTOR que acá viene “CUALQUIERA” a hacer sus necesidades y nos deja el baño sucio, la gente es muy mal educada- en una  clara alusión a los  pacientes del hospital convertidos en  ciudadanos ilegales, residentes extranjeros,  pobres, sufrientes y maltratados sin derechos como los autóctonos del lugar, o sea “la gente bien”: médicos y secretarias  del sector galeno VIP.

Entonces pude comprender que el hospital para la gente, a nadie le calienta, si alguien no puede cagar dignamente,  a nadie le calienta, que toda la gente amontonada en un solo ascensor, a nadie le calienta, que un saco y una corbata y una firme resistencia como ciudadano sujeto a derecho, abren las puertas de un paraíso falso, construido  sobre enfermedad, miseria, sangre y  cloacas anegadas.

Por eso el Dr. Anfitrión es  pesimista y yo optimista frente a la posibilidad de perforar la judicialización de la medicina, el tema de las jornadas. Cada caso que se judicializa, es la muerte de un médico y el asesinato de un paciente.

Porque no perdí la esperanza, porque avanza la indignación, fuente de reclamo de derechos humanos en justicia,  porque si no cuento esto, el paraíso estará cerrado como los baños para los pobres y sufrientes que ni siquiera pueden cagar dignamente.

Marcelo Ocampo

1 comentario:

Anónimo dijo...

La gracia del relato, que me sacó una sonrisa, y el horror de la realidad que nos enfrenta con lo más terrible: que naturaliza lo que nunca debió naturalizarse. Y, porque tampoco pierdo las esperanzas, y porque, también a mí, la indignación me exige reclamar derechos humanos en justicia. Es que la delgada línea entre la vida y la muerte, queda perfectamente graficada en el acceso que se tiene de un inodoro....

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